lunes, 25 de noviembre de 2013

Cruz Villeros, la madraza del Portal de los Dulces


Entrevista romanceada, para el taller Cómo se escribe para un periódico, FNPI, 
Cartagena de Indias, Agosto de 2013


Cruz Villeros, la madraza del Portal de los Dulces
Doña Cruz tiene 92 años y es la puestera más vieja del Portal de los Dulces. Este año fue reconocida por la Alcaldía, aunque a diario se lleva el mejor de los premios: la visita de más de diez hombres que pasan por dulces, tintos y charla
Doña Cruz apenas puede moverse. Si no fuera por su risa, porque habla, porque su mirada dice que está escuchando y observando todo, sería muy fácil dudar de su lucidez, de que está sentada en el Portal de los Dulces haciendo algo más que esperar a la muerte. Todos los días se levanta con un objetivo: llegar al Portal, servir el tinto, ver a “los chicos”. Cruz Villeros es “la madre” del Portal de los Dulces de Cartagena, una señora de 92 años que desde los cinco está en el lugar. Comparte su puesto con Tomasa, su cuñada de 70, y recibe, todos los días, a un grupo de 16 hombres que la visitan y acompañan, y que ella misma denominó “El club de los súper maricas”. En abril de este año, las dos señoras fueron reconocidas por la Alcaldía de Cartagena por el “aporte al patrimonio de la ciudad”.
El siglo XX no había llegado a su tercera década cuando Cruz llegó al Portal. Acompañaba todos los días a su hermana Andrea, de quien aprendió, mirando, el arte de cocinar dulces. Los años de escuela – no sabe ni leer ni escribir – se le fueron en la Torre del Reloj y la Plaza de los Coches. “Me la pasaba en el tren y corriendo por todas partes. Cuando volvía me daban con un palo de escoba, porque me iba sin permiso”. Por más de 70 años, la repostera vendió muñequitos de leche, panderitos, cubanitos, merengues, cocadas. En el ocaso de su oficio, su puesto tiene apenas cuatro frascos. “Por las manos, ya no puedo cocinar”. Tampoco puede comer dulces ni tomar alcohol. “Los extraño, claro que sí. Extraño los cubanitos que tienen coco con leche y el whisky”.
“El Portal era mejor que ahora. Los dulces eran más artesanales y sabrosos, ahora hay mucha gente que no sabe cocinar, que no se preocupa por hacer una cosa buena. De la buena época quedamos nosotras”. Ni Tomasa ni Cruz quieren hablar del antes, de la belle époque de los dulces cartageneros. “¿Para qué quieres que me acuerde? Yo no recuerdo nada ya. No quiero recordar”, se queja Cruz. Evitan nombrar a Rafael, el marido de Cruz que falleció hace tres años, quien abría el puesto por la mañana. No se esfuerzan por pensar a qué famosos le dieron sus dulces, ni siquiera en contar la historia de cuando Bill Clinton fue su cliente.
Cruz y Tomasa viven juntas en Villa Corelca, en el suroriente de la ciudad. Como buena cartagenera, Cruz da su dirección exacta: “vivo en la puta mierda”. Todos los días se levantan a las cinco y preparan el café. Un muchacho del barrio llamado Marcos las pasa a buscar en carro, porque doña Cruz ya no puede caminar hasta el bus con los termos llenos de café. A las 7 llegan al portal y a las 17.30 Marcos las busca de nuevo.
El Club de los Maricas
Cruz Villero escarba entre unas bolsas hasta encontrar una porción de carisecas. Con tranquilidad, acerca un cuchillo tembloroso y empieza a cortar el postre en tres pedazos que reparte a Ricardo, Lorenzo y José, sus “hijos postizos”. Hace lo mismo con el café. Luego mira a Tomasa, y le dice: “¿Has visto? Son unos maricas”.
“Nosotros somos los súper maricas con mucho orgullo. Compartimos una abuela”. Ricardo, Lorenzo y José tienen 52,42 y 55 años respectivamente. Como si fueran unos niños, todos los días pasan obligados a saludar a Cruz, que los espera con el café escondido de los demás transeúntes. Dicen que es de los mejores tintos, lo mejor que se consigue y ella elige con quién compartirlo. “Ella me explica la vida y yo le explico la vida a ella. A veces nos orienta y a veces nos insulta: a todos nosotros nos dice que somos unos maricas”, contó José, ingeniero y profesor universitario.
Cruz no sabe cuántos hijos y nietos adoptivos tiene. Reemplaza la cifra por un “Uuuh”. Los miembros del club dicen que han llegado a reunirse hasta 16 personas alrededor del puesto. Son todos hombres, adultos, profesionales, que, haciendo poco honor a la membrecía que los une, giran la cabeza para mirar a cada chica que pasa, aunque su mujer preferida siga siendo Cruz. Para Tomasa, hay una razón: ella, el Portal de los Dulces y toda la ciudad son patrimonio de la humanidad. Y aunque a lo mejor el mundo no se atreva a reconocerla, en abril de este año la Alcaldía de Cartagena dio el paso. Durante el Foro “Cartagena, una mirada a las mujeres”, distinguió a las dos señoras por su “aporte al desarrollo de la ciudad”.
Ricardo, que es joyero, padre y abuelo, dice que pasa todos los días a verla. “Vengo por la amistad y el tinto. Cruz es un ejemplo de la mujer que ya no existe en el mundo. Tenacidad y bondad en presencia viva. ¿Sabes cuál es el don que Dios le dio? Su berraquera”. Habla como si estuviera parado en un podio. Sus compañeros sonríen y dicen que ya lo dijo todo. Cruz se tapa la cara, apenas tiembla pero se escucha su risa aguda. Está más convencida que nunca y se los dice: no habrá más carisecas para ellos. Por maricas.