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Camino el segundo piso del Palacio de Capanema en silencio. Voy y vengo fingiendo buscar algo. La verdad, lo hago porque me gusta recorrer el lugar, observar, escuchar, tratar de entender. Nunca me aburro, nunca termino de naturalizar. Miro el piso alfombrado. ¿Cómo hacemos para mantenerlo tan limpio? El flujo de personas es permanente desde hace seis días. El piso, gris desde un principio, parece inmutable. Cómplice.
Es sábado. Son las diez de la mañana. Nunca amaneció tan tarde la ocupación de la sede del Ministerio de Cultura (MinC) en Río de Janeiro, Brasil. Miro a los que duermen. Hace cinco horas estaban despiertos conmigo. Lo entiendo, duerman chicos. La jornada de ayer fue la más intensa. La segunda más intensa, nada se compara al día que nos instalamos acá. La programación de shows en la explanada de Capanema comenzó temprano, terminó tarde y convocó a unas veinte mil personas. La agenda tuvo su pico máximo a eso de las 20, con Caetano Veloso cantando por y para nosotros, y se extendió hasta eso de las dos y media, tres. Los ocupantes fuimos y vinimos toda la noche, trabalhando. Nos encontramos cuando terminó la actividad. Todos, abajo, a limpiar. Escobas, bolsas, manos atentas a los vidrios. Habremos sido unas cincuenta personas ocupadas en dejar la entrada al Palacio como corresponde: reluciente.
Me asomo por la ventana para ver cómo quedó. Fue un éxito. Ya son cerca de las once, los murmullos y los ronquidos conviven. Pienso en el olor a cerveza y cigarrillo que había en ese piso que limpiamos, pienso que estábamos todos vestidos igual que ahora, pienso que acá no huele mal. ¿Cómo hacemos para mantener esto? Las paredes, los pisos, los muebles, los vidrios, toda la infraestructura parece inmutable. Cómplice.
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Llegué a Río de Janeiro el martes diez de mayo, el penúltimo día de democracia en Brasil. Mi viaje fue para hacer una vivencia con el colectivo Midia Ninja: vivir y trabajar en coberturas con ellos. Son brasileros y están enfocados, principalmente, en la comunicación audiovisual. Yo soy argentina, jamás hablé portugués y escribo. Me metí en un problema por tres semanas. No me arrepiento. Tengo una sensación como motor: me está cambiando la vida. Tengo miedo del primer momento que esté sola en mi casa, de vuelta. La experiencia es intensa. Agotadora. Y a veces, angustiante.
La ocupación surgió cuando aún me estaba adaptando a convivir con estas sensaciones. Nos informaron de lo que acontecía en una asamblea y entendí la mitad. Me alcanzó con escuchar dos cosas: ocupaçao y tempo indefinido. El resto lo fui averiguando con los días. Tropezón y caída con la experiencia. Todo lo voy entendiendo sobre la marcha.
Es sábado y terminó de caerme la ficha. Mi plan del día es volver a la casa, en Río, a buscar todas mis pertenencias. Entendí. Estamos ocupando el segundo piso del Palacio de Capanema, Río de Janeiro, donde funciona la sede del Ministerio de Cultura y Educación de la Nación. En Brasil se consumó un golpe de estado legislativo, institucional y mediático, y nosotros nos quedamos acá hasta que Michel Temer se vaya. No negociamos con él porque no lo reconocemos. Mi pasaje de vuelta es para el 30 de mayo. Entendí. Mi plan del día: ir a buscar todas mis pertenencias. No nos vamos nada.
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Tengo miedo de pecar de ingenua con mi relato.
Tengo miedo de pegar de soberbia con mi pregunta.
Pienso que todas las sensaciones están permitidas.
¿Cuántas veces en tu vida ocupaste un edificio público por tiempo indefinido, por la democracia, contra un golpe de Estado?
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Camino por el Palacio de Capanema al menos una vez por día con un objetivo: leer las paredes y las ventanas. Todos los días cambian. ¿Ya dije que convivo con docentes, profesionales, periodistas, militantes y artistas? Ok. Hay artistas en la ocupación. Muchos. Creí que no iba a poder tolerarlo, pero es una maravilla. Las paredes de nuestro segundo piso, de la entrada al Palacio y del mezanino – que es como un entrepiso, no tiene una traducción directa – son el museo de nuestros días.
Me gusta mirar Capanema desde afuera. Lo primero que salta a la vista son las grandes banderas amarillas que colgamos apenas llegamos, hace ya una semana: “Fora Temer”, “MinC é nosso”, “Golpe”. Se vislumbra una de la CUT – Central Única dos Trabalhadores -, una de “Audiovisual pela democracia” y “Dança pela democracia”. Se llega a leer otra, entrecerrando los ojos, apretando la vista: “Fascistas nao pasaran”. Me gusta encontrar ese cartel porque está acá, al toque de nuestras computadoras. Hay decenas de papeles, cartulinas, afiches, imágenes, pegadas en los vidrios, mirando a la calle; pegadas en las columnas del playón de entrada al Palacio; pegadas en algunas puertas, paredes y vidrios internos, señalizando normas de convivencia, recordando pautas a seguir. Mi preferido es el que tiene la letra de una de las dos canciones que nacieron en la ocupación. La escribió la artista local Doralice. “a gente ocupou o MinC / pq a gente e´da cultura / as mulheres liderando / essa nova estructura / Nao falo do matriarcal / porque somos democracia /aqui só tem grelo duro / e machista nao se cria”
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Lloro dos veces por día desde que vivo en Capanema. Es un promedio. A veces no pasa. A veces todo es demasiado: el idioma, la distancia, el agotamiento de y por las sensaciones, la soledad inevitable pero principalmente la convicción de esta lucha. Estar.
Unas veces me siento como un acantilado (escribió Benedetti). Otras veces me siento frente al abismo. ¿Cómo se hace para estar a la altura de las circunstancias, de la historia, de un país?
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Soy Laura y tengo 26 años. Levanto la mirada. Lucas, 28 años. Raquel, 20 años. El chico de rastas, 28. Los que no están al alcance de la vista, dentro de la misma franja etaria. Los jóvenes de veintitantos somos los más en la ocupación. Todos compartimos una historia política general. No conocemos a la derecha en el poder. Los últimos trece años de nuestras vidas los vivimos con gobiernos progresistas. Luchamos y nos movilizamos. Tuvimos experiencias más o menos intensas, pero nada comparado con esto. Somos protagonistas, al fin. Nunca nos había tocado defender y proteger la democracia, ni organizar la resistencia. Nunca desde la incomodidad. Hoy estamos acá. Hace una semana que estamos acá. No pensamos en irnos. Tenemos miles de razones. Tenemos convicciones. Somos los protagonistas del Siglo XXI y no vamos a retroceder en nuestras conquistas. Estamos seguros: estamos a la altura de la circunstancias. Tenemos nuestras computadoras enchufadas, los celulares conectados, contamos gigabytes y madrugamos aprendiendo a hacer lo que hasta hoy no sabíamos: editar, organizar equipos, re-acomodar las casi diez zapatillas que nos mantienen en pie de guerra. Tenemos nuestra propia poesía / arma cargada de futuro: #foratemer #mincémosso #culturapelademocracia #ocupacapanema #ocupaminc #ocupacultura.
No temblamos al disparar.
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Tuve la oportunidad de escuchar, más de una vez en los últimos diez días, los mismos versos, recitados por distintas personas, en distintos contextos. Cuando los escucho levanto los brazos. Me sale por inercia. La misma fuerza lleva mis manos derecho a mí cara y una punzada al medio del estómago. Recito a la par, escuchando adentro mío la versión de Daniel Viglietti y recordando cómo soñaba con vivir sus canciones. “Eu vivo num tempo de guerra”, dice una señora frente a nuestras cámaras, cuando le preguntamos por qué marcha contra el Impeachmnent. “Eu vivo num tempo de guerra / eu vivo num tempo sem sol”, dice un señor que arrebata un micrófono en un acto de Capanema.
Es la banda de sonido de mi viaje.
“Sólo quien no sabe las cosas es un hombre capaz de reír / Ay, triste tiempo presente / en que hablar de amor y de flor / es olvidar a tanta gente que está sufriendo dolor”.
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La primera oración de mi cuaderno de viaje:
Salgo a Río con dos ideas en la cabeza: “Lo personal es político”. “Lo colectivo es mi bálsamo”